Autor: Paúl Astudillo

Ilustraciones Mr. H
Estoy en una edad en la que estoy seguro en que, si sigo aumentando de peso y en el sedentarismo olímpico que practico a diario, un día de estos podría tener alguna complicación de salud. Por otro lado, si bien me doy cuenta de que el tiempo pasa —y que me puedo infartar mañana—, el tiempo que he pasado acompañando a estudiantes de diseño industrial ha sido una fuente de energía y —aunque suene a ese tufo que los viejitos tenemos—, a experiencia.
Quiero perder la cuenta de las veces que he acompañado en las clases iniciales a la gente que empieza el primer nivel en la escuela de Diseño Industrial. Ya he aprendido a vivir con el sonido de las sillas arrastrándose contra el suelo. Lo tomo como una señal de que la clase va a empezar, aunque tuve una ocasión en la que el sonido no era al que me tenía acostumbrado la orquesta. Alguien quería hacer un solo y hacer que su sonido propio fuera más estridente que los demás. Es raro ese sonido porque todos están emocionados por su primer día de universidad, pero esta interpretación en particular hizo que todos volteáramos a ver quién arrastraba la silla de manera diferente.
Miro al responsable de aquella sinfonía y conozco a Henry, sentado en primera fila. Y noto que Henry no es un estudiante como los demás. Desde que llegó al aula, las reglas del diseño y de la enseñanza cambiaron para mí.
Henry tiene algo que lo hace especial. Digamos que tiene una condición neurológica que hace que sus movimientos y su manera de hablar sean distintos. Esto significaba que mis clases, donde intento enseñar comunicación objetual a través de bocetos y sketching, iban a ser mucho más intensas con él en el aula. Pero no imaginaba cuánto más.
El camino de tres años y medio empezaba de esta manera y recuerdo uno de los primeros días, al terminar la clase en uno de los pisos superiores del Instituto. Al intentar bajar las escaleras que llevan al primer nivel, Henry resbaló y casi se cae.
—¿Henry, necesitas ayuda? —le pregunté.
—No, profe. Solo necesito agarrarme bien del pasamanos —respondió con seguridad.
Hizo una pausa y luego, con una sonrisa, agregó:
—Más bien sí, necesito ayuda. Deme llevando estas “huevadas”.
Esas «huevadas» que mencionó con total desdén era su carpeta de trabajos de dibujo. Ahí entendí que Henry no tenía freno, y eso me reconfortaba.
De Henry a Mr. H
Con el tiempo, Henry no solo se adaptó a las dinámicas de la clase, sino que también comenzó a integrarse más con sus compañeros. Se armó un grupo tan particular que nosotros, los profes, empezamos a llamarlos con humor la pandilla. Y claro, con su pandilla, Henry empezó a vivir nuevas experiencias y a ganar aún más confianza. Dejó de ser Henry y pasó a ser Mr. H.
Creo que hablo por todos los profes al decir que fuimos aprendiendo con él a abordar los desafíos desde una perspectiva distinta. Yo, por ejemplo, sabía que su trazo podía no ser el más preciso, pero cada línea y cada curva llevaban consigo un nivel de intención y de lucha propio de un muchacho queriendo hacer lo que le gusta. Esa energía es imposible de ignorar.
El desafío de Mr. H
Ya en cuarto nivel, fui tutor de un proyecto interdisciplinario donde los estudiantes debían diseñar un espacio con una marca poderosa. Mr. H no dudó en decir:
—Les voy a enseñar cómo se hace.
Al día siguiente llegó con un montón de propuestas, hechas con su particular estilo de línea. A decir verdad, eran muy malas —el diseño gráfico no era su fuerte—, pero lo que siempre vi en él fue esa necesidad de marcar su presencia en el mundo.
Mientras sus compañeros debatían el clásico “quién hacía qué” de los trabajos en grupo, Mr. H ya había tomado la iniciativa y había planteado su idea, metiéndose incluso en partes del proyecto que no le correspondían. Y aunque nunca se lo dije (y creo que aún no se lo he dicho), en ese momento entendí algo: su coordinación motriz podía ser limitada, pero su visión y determinación no tenían barreras.
Las mejores ideas se trazan fuera de la regla
Mr. H no pedía favores ni buscaba que le tengamos un trato especial; él exigía respeto, y lo conseguía con esfuerzo y esa actitud tan particular suya. Y no solo lo noté yo; todos los profes terminamos hablando de él en los pasillos.
—¿Ya vieron lo que hizo Mr. H?
Era una frase común en nuestras conversaciones. Y claro, con ese estilo único y esa manera de plantarse en la vida, Mr. H no solo llegó a ser el representante de su grupo, sino que nos dejó claro a todos que el diseño era solo una parte de lo que estaba construyendo.
Porque mientras nosotros intentábamos enseñarle a dibujar líneas rectas, él nos enseñaba que a veces las mejores ideas se trazan fuera de la regla.
El día de la graduación de Mr. H, mientras conversábamos sobre lo que él había logrado construir y en el ir y venir de ideas, alguien le pregunta:
—¿Qué se lleva de La Metro?
—Un día, me encontré afuera con el Paúl y le dije que el deber estaba demasiado largo y que si me podía dejar que entregue menos tarea, y me respondió que no. Que no tengo por qué hacer menos si en clases hice lo que tenía que hacer.
Respondió sin titubear.
Yo no recordaba claramente ese evento, pero cuando lo escuché – además de casi atorarme con el espumante – supe que él se había dado cuenta de su potencial. Y que nosotros, “los profes” y su “pandilla”, habíamos contribuido a ello con una sola actitud: acompañarlo en su proceso y en su búsqueda por ser y pertenecer.
No sé si a Henry le gusta que le digan Mr. H, pero yo lo tengo registrado así en mi celular y así se va a quedar. O bueno, a menos que él me pida que lo cambie cuando lea esto. Vino a visitarnos hace un par de semanas y me olvidé de preguntarle, porque estaba demasiado emocionado mostrándonos —con la misma energía de siempre— el dedo quemado fruto de su nuevo trabajo. Sonreía como todos cuando arrancamos un proyecto, con miedo y con orgullo, todo junto.
En la ceremonia de titulación. Tenía su medalla, su birrete, y la misma sonrisa de siempre. Era uno más de su pandilla, pero también era mucho más. Era alguien que llegó lejos, a su manera. Alguien que nos enseñó que no hay una sola forma de ser diseñador, ni una sola línea que defina lo correcto.
Estoy seguro de que Mr. H tendrá un camino extraordinario. Porque él ya aprendió algo esencial: que incluso cuando el trazo no es perfecto, si lleva corazón, vale más que cualquier línea recta.
Gracias, Mr. H, por dejarnos acompañarte en este pedazo de tu viaje. Gracias por mostrarnos que a veces los trazos más bellos no son los firmes y rectos sino los sinuosos y vibrantes.
¡Qué viva el graduado!